Edie Sedgwick, pobre niña rica

The Woman
Edie Sedgwick, pobre niña rica
De las musas, la chica que menos deberían imitar


El oro negro fue el verdadero progenitor de Eddoe Sedgwick, nacida el 20 de abril de 1943 en California, porque gracias a él, o por culpa de él, acabó siendo la que era. La séptima de los ochos hijos de Francis Minturn Sedgwick y Alice Delano vivió su primeros años en el rancho que poseía su familia en Santa Barbara juntos a sus hermanos. Hasta que, a comienzo de los años cincuenta, se descubrió petróleo en la finca. Con las ganancias -muchísimas- que obtuvieron de la explotación, los miembros de la familia se trasladaron a otro rancho con el doble de extensión. Tenía más de cinco mil acres y, en su interior, construyeron hasta un colegio propio para los niños.

Edie y sus hermanos crecieron aislados del mundo, en un ambiente de patio de presidio. Educados “de acuerdo con su clase”, parece ser que el padre no quería que ninguno de ellos desarrollase su propia personalidad y los controlaba hasta el extremo. Se dice que, en más de una ocasión, Edie sufrió acoso sexual por parte de su progenitor desde que cumplió los siente años.

Aunque no faltó nunca dinero en casa, la riqueza no trajo
la felicidad a Edie, sino que, por el contrario la llenó de problemas. Quizás los problemas ya estaban en ella y en su familia, y la falta de preocupaciones económicas y la sobreprotección no hicieron más que facilitar que éstos afloraran. En 1962, Edie fue hospitalizada por primera vez en un centro psiquiátrico por causa de su anorexia. No fue la única que tuvo que recurrir a los médicos, varios miembros de la familia Sedgwick tuvieron problemas psiquiátricos: el padre de Edie fue diagnosticado como maniaco depresivo; su hermano Minty era alcohólico con quince años, fue ingresado varias veces en centros psiquiátricos y acabó suicidándose en 1964; otro de sus hermanos, Bobby también fue hospitalizado por problemas mentales y murió en 1965 al chocar su motocicleta contra un autobús.

 En 1963, Edie se trasladó a Cambridge, Massachussets, para estudiar arte. En la universidad, conoció a su futuro representante Chuck Wein. Sin embargo, no tardó mucho en cansarse de aquella pequeña ciudad y un año después se fue a Nueva York.


En la gran ciudad, se instaló en un apartamento que poseía s abuela en Park Avenue. En seguida empezó a trabajar como modelo y a acudir a las fiestas de los clubles de moda de la ciudad, iniciando a principios de los sesenta el mito de Edie Sedgwick.

¡Fiestas, fiestas y más fiestas! Se hizo popular. Todo el mundo la llamaba, todo el mundo quería estar con ella. No les importaba lo que hacía, si estaba o no equivocada. Edie era un catalizador. El mero hecho de estar con ella encendía una llama. Una velada con Edie sólo podía acabar cuando Edie llagaba al agotamiento, al cabo de dos o tres días. Hay un viejo axioma yogui: “Cuando más alto subas, mayor será la caída”. A ella, le gustaba pasear al borde del abismo en todo momento y los demás la seguían.

Con apenas veinte años, Edie ya podía presumir de ser una autentica american beauty de facciones angelicales, cuerpo esbelto, largos cabellos oscuros y enormes ojos castaños. Una princesita consentida que, sin comerlo ni beberlo, se convirtió en un mito y se cambió a sí misma: pelo corto y teñido de rubio platino. Lucía a todas horas en sus piernas de bailarina, largas y delgadas, unos leotardos negros, y llegó a crear un nuevo estilo.

De poco le sirvió la fama en los locales, ni tampoco aparecer en revistas como Vogue o Life. Edie Sedgwick no fue aceptada como ella habría deseado -o como se creía que se merecía- por la industria de la moda. La editora de Vogue en aquella época, Gloria Schiff, no lo dudó ni un segundo, no era recomendable.

En las columnas de sociedad, identificaban a Edie Sedgwick con la clase de famosos que consumía drogas. La gente rica sentía cierta aprensión por verse envuelta en ese mundo y rehuía esos ambientes. Así que esto no era un buen reclamo para las revistas de moda en aquella época. Únicamente los artistas o músicos muy importantes, que tenían cabida en sus páginas por otros motivos, tenían carta blanca. No era el caso de Edie. Las drogas, ya en esa época, habían hecho mucho daño a gente joven, creativa y brillante, y los medios de comunicación intentaban alejar ese modelo de sus lectores. Estaba claro que, para ser alguien en el mundo de la moda, tenías que tener algo más que una cara guapa y un cuerpo esbelto.

Aunque no se puede generalizar, en aquella época el mundo del arte estaba plegado de personas excéntricas, con facilidad para mantener relaciones sexuales -la fama hace que sea más fácil acceder a lo que uno quiere-, adicta a toda clase de estupefacientes y dispuestas a vender su cuerpo con tal de tener esos quince minutos de fama que Andy Warhol decía que todo el mundo busca. Pues bien, si hacemos caso a la vida de Edie, parece incluso que ese comentario se queda corto, aunque, a decir de Capote, Edie la “pobre niña rica” fue una víctima de las circunstancias.

En aquella universidad de Massachussets, los estudios de arte dejaron de satisfacerla cuando tenía 21 años. No podía soportar estar encerrada y tener obligaciones que no necesitaba. Además, quería probar suerte como actriz, así que puso la vista en Nueva York. Desafió a sus padres, que no aprobaban la dirección que había tomado, y no sólo es, sino que hizo de la destrucción el centro de sus normas. Fue la época en la que parecía que ella, y muchas otras como ella, quisieran castigar a los padres y al mundo de las normas que les habían hecho tanto daño en años de su educación juvenil.

Naturalmente, la mejor forma de hacerle consistía en gastar todo el dinero posible; al fin y al cabo, su familia era inmensamente rica y para que les doliera las cantidades debían ser muy grandes. ¿Y para que molestarse en bajar al metro o alquilar un taxi, cuando se podía viajar en limusina? E invitar a gente desconocida a grandes comilonas en el Ritz, y gastar miles de dólares en ropa, pieles, maquillaje y por supuesto, en drogas para uno mismo y para los amigos.

Bob Dylan oyó hablar de ella, la llamó para conocerla y enseguida se hicieron “intimos”. En sus círculos de amigos se encontraba Andy Warhol, con quien inició una extraña relación, en la que intercambiaron, de algún modo, los papeles. Edie se cortó el pelo y se lo tiñó de plateado, y empezó a vestir las mismas camisetas a rayas que Warhol. Ella lo introdujo en el mundo de la “alta sociedad” que hasta entonces le había estado vedado, mientras que Warhol iba a convertir a Edie en “una estrella”, que era lo que Edie aspiraba. Warhol era el dios de la Factory, una especia de empresa levantada sobre una fábrica abandonada que le servía para dar rienda suelta a todas sus locuras. Entre sus amigos, había desde ricas herederas adictas a casi todo hasta cantantes de talento (como la Velvet Underground) o travestis, pasando por ex pacientes de psiquiátrico y musculados gigolós. Pero faltaba una nueva ninfa con la que jugar y Warhol se encaprichó de Edie, una hermosa jovencita de 22 años, una pura sangre americana “rica de toda la vida”, que parecía recién salida de una foto de baile de puesta de largo.

En 1965, Edie y Andy fueron juntos a todas partes, y se hicieron inmensamente populares. Es muy conocido el caso de la exposición que inauguraron en Filadelfia, en la que había tanta gente gritando y desmayándose que tuvieron que tuvieron que quitar los cuadros para que no los estropearan. Así fue como se juntaron dos almas gemelas de distintas procedencias. Warhol, desmesurado en cuanto a obsesiones y fetichismos, era un homosexual introvertido y parco en palabras que creció dominado por su extraña madre, y que Edie tampoco era una virtuosa del equilibrio mental, con una familia llena de suicidios y presuntos abusos sexuales.

Sin embargo, Edie quería trabajar en el mundo del cine y,
cuando Warhol, desde la Factory, le propuso incorporarse no lo dudó. En la Factory, la droga era uno de los vehículos más frecuentes para ayudar a dar rienda suelta a la creatividad, y también había orgias, Warhol no participaba en ellas, pero las dirigía y alentaba, y en sus películas, aunque desde la Factory no pretendía explicar nada, se veía un reflejo de sus vidas. Hasta tal punto importaba muy poco lo que se decía y mucho lo que se veía que los guionistas se esforzaban en escribir diálogos que no tuvieran ningún sentido.

La primera de las películas protagonizada por Sedgwick, Poor Little rich girl, fue concebida como la primera seria de películas agrupadas bajo el nombre de The poor little rich girl saga y que incluiría otras como Restaurant, Face y Afternoon. El comienzo del rodaje del film tuvo lugar en marzo de 1965 en el apartamento de la propia Sedgwick. La primera escena la muestra despertándose, pidiendo café y zumo de naranaja y maquillándose en silencia. La siguiente escena muestra a Sedgwick fumando, hablando por teléfono, probándose ropa y explicando cómo se ha gastado toda su herencia en seis meses.


Sin embargo, Edie pronto se dio cuenta de que no tenía ninguna influencia en los proyectos. Participada como actriz o modelo, pero ni siquiera sabía de qué se trataban las películas, ni lo que pretendían, ni aportaba ninguna idea o sugerencia. Simplemente se divertía y se preocupada de su propia imagen, y en ella gastaba gran parte de su energía.

El 30 de abril del mismo año, Warhol viajó junto a Sedgwick,
Chuck Wein y Gerard Malanga al estreno de la película en la Galería de Sonnabend de París. Al volver a Nueva York, Warhol hablo con su guionista Ron Tavel para que escribiera uns película pensando en Sedgwick, filme que finalmente llevó el título de Kitchen. Tras esta película, Chuck Wein sustituyó a Ron Travel como guionista y director en el rodaje de Beauty Nº2, en la que Sedgwick aparecía con Gino Piserchio. La película resultó premiada en la Film-Makers Cinematheque, en el Astor Palce Playhouse, el 17 de julio.   

Andy y Edie estuvieron juntos durante un año o un año y medio, hasta que se cansaron. Andy necesitaba espacio y un cierto orden y ella era adicta a las anfetaminas y no se la podía dejar sola. Habia que levantarla por la mañana y llevarla al estudio cada día, casi contra su voluntad, aunque cuando estaba colocada funcionaba como una seda. La gente de la Factory se cansó de ella y empezaron a rodar películas con otra superstar llamada Ingrid, que era como su doble, pero más fea, como si quisieran ofenderla. Edie se sintió desplazada y saltó de la barca de Warhol casi sin darle tiempo para reaccionar.

A lo largo de 1965, Warhol y Sedgwick todavía trabajaban juntos e hicieron las películas Outer and inner space, Prison, Lupe y Chelsea girls. Ese mismo año, las cosas cambiaron y Sedgwick pidió a Warhol que no exhibiese ninguna de las películas en las que ella había participado y que eliminase su parte del metraje de Chelsea Girls. Finalmente, las partes rodadas por Sedgwick fueron sustituidas y, con las escenas, se montó Afternoon

Cuando Edie abandona la Factory, recibe inmediatamente ofertas de otros directores underground para colabrar en sus trabajos. Albert Grossman, el manager de Bob Dylan, promete a Edie una película con Dylan y ella como protagonista. Edie ya estaba locamente enamorada de Dylan y creía que era su novia. Él le escribió la canción “Just like a woman” y también “Leopard-skin pill box hat”. Y Edie siguió rendida a sus pies, hasta que descubrió, de boca del viperino Andy Warhol que Dylan se había casado con otra mujer, Sara Lownds, en noviembre de 1965, y que probablemente no tenía la intención de hacer ninguna película con ella ni de cambiar el tipo de relación que tenían. Andy lo dijo así: “¿Sabías, Edie, que Bob Dylan se ha casado?”. Edie empezó a temblar, como si realmente se creyera que tenía una relación con Dylan y acabara de darse cuenta de que no era verdad.

En 1967, cuando rodo parte de la película Ciao Manhattan!, un medio documental basado en su vida, Edie decía de la Factory:

“En realidad, Warhol arruinó mi vida de una enorme cantidad de gente, y gente joven. Mis contactos con la droga se iniciaron en la Factory. Me gustó entrar en la droga. Yo era un buen blanco. Me convertí en una adicta joven y saludable”

La verdad es que no era una época difícil para conseguir todo tipo de sustancias. Así que no le preocupaba lo más mínimo ser una adicta. Los “médicos del ácido” eran un recurso frecuente. Con exclusivas consultas por todo Manhattan, se dedicaban a inyectar a todo aquel que pagara por ello.

Edie iba a la consulta del doctor Roberts, que cobraba una exigua cantidad por “chute”. Empezaron una vez por semana y Edie fue aumentando la dosis poco a poco hasta llegar a tres veces al día, unas veinte veces por semana. Había entrado en la categoría de VIPS, paciente/clientes preferentes que no tenían que esperar. Lo que es peor, la madre de Edie visitó al famoso doctor y éste la convenció de que su hija necesitaba el tratamiento, y acabó pagando la factura.

Su adicción a la droga era tan grande que empezó a resentirse. Estaba tan delgada que no podían pincharla de pie y se tumbaba boca abajo para que el doctor Roberts le inyectara un cóctel de drogas cada vez más potente en las nalgas, como explica ella misma en Ciao Manhattan!

Esa película pretendía ser un documental sobre una chica con problemas y lo más fácil fue introducir los problemas personales de Edie, desnudarla de arriba abajo y dejar que hablara de los horrores de speed, sus paranoias, sus locuras, las zumbidos y las alucinaciones, y al mismo tiempo, de cuánto le gustaba el momento álgido de la droga. Habla también de lo difícil que la resulta elegir entre el speed más puro, la cocaína más pura y el sexo, porque para ella todo eran las drogas a las que resultaba imposible renunciar; del placer de tomar todo el speed y el alcohol posible, hablar sin parar o hacer el amor sin freno alguno; de cómo se inició en el mundo de la droga y el noctambulismo, una vida de la que no podía ni quería salir.

La mayoría de sus amigos del rodaje eran adictos, así que ni les sorprendía ni les incomodaba estas declaraciones; de hecho, no es casual que tardaran cinco años en terminarla. Pretendían retratar toda un época, les sesenta, a través de una actriz underground y, al final, lo que salió de ese larguísimo rodaje fue un retrato de la propia Edie interpretándose a sí misma. Era como si dejara que la cámara de cine entrara en su intimidad, sin importarle que luego hicieran una película con ella.

Convertida en una joven adicta solitaria y bellísima, Edie consiguió llegar donde quería con ésta película. La niña rica, mimada y consentida, la musa de la moda neoyorquina empezó a ser un icono perseguido por la moda. La revista Vogue, consiente de su potencial, la contrató como modelo. En 1965, ya había sido protagonista de algunas páginas de actualidad, en la que la definían como una youthquaker y hablaban con admiración sobre sus interpretaciones en películas que, casi total seguridad, no habían visto. No obstante, todo esto no era más que un espejismo que había de desvanecerse apenas empezara.

Cuando se incorporó a Vogue, Edie no era una modelo al uso y dio más trabajo del previsto. Le iluminaban sólo la mita de la cara para esconder las imperfecciones de su rostro y le ponían pelucas porque su cabello estaba destrozado. El estigma de la adicción a la droga le había marcado demasiado el cuerpo y, tras unas cuantas sesiones, Vogue decidió  presindir de ella para salvaguardar la imagen de la revista.

Edie seguía sumida en la sociedad… y la multitud de la noche. Viviendo dos vidas y dos necesidades, para bajaer el efecto de las anfetas, Edie tomaba decenas de tranquilizantes y, como fumaba todo el rato, se quedaba dormida con el cigarrillo en la mano. Esto lo ocasionó algún pequeño problema, hasta que acabó incendiando su apartamento. Al final, consiente de los peligros a que ella misma se sometía, se fue a vivir al Hotel Chelsea, donde antes habían vivido Tennessee Williams, Dylan Thomas o Gore Vidal. Otros amigos suyos vivian en esa residencia-hotal de moda, conocida también por el rodaje de The Chelsea Girls, de Andy Warhol, en 1966.

En ese hotel conoció a Leonard Cohen, once años mayor que ella. Nada más verla la advirtió como peligro que suponía tener un habitación llena de velas. Leonard era un estudioso del budismo y el uso que en éste se hacía de las velas y el incienso, y sus preocupaciones no se referían tanto a un incendio accidental como a una superstición. Las velas no se podrían usar de cualquier manera.

En 1966, Eddie decidió ir a California a visitar a su familia por Navidad. No debía hilar fino porque, apenas presentarse, sus padres le pusieron un termómetro, le dijeron que estaba enferma, le hicieron tomar un sedante y la metieron en un coche de la policía. Eddie no entendía lo del coche de la policía y por qué su madre la seguía en otro auto, si es que realmente iban al hospital, hasta se encontró encerrada en una institución mental. Unos dias mas tarde, llamó a su novio de entonces el cantante de rock Bob Neuwirth, gritando: “¡Sácame de aquí! ¡Me tienen prisionera!”

Tras el mal trago, Eddie regresó al Chelsea y a su “estilo de vida no exento de puritanismo, ya que hacía como si nada hubiera pasado y se esforzaba en ocultar todo lo doloroso que había sido su vida y lo que acababa de pasar con su familia.

Cuando, poco después, rompió su relación con Bob Neuwirth -mano derecha de Bob Dylan, por cierto- había empeorado, y no tardó en empezar con la heroína. Siempre buscaba cómplices y nunca se chutaba sola. Consideraba que estar sola era un paso más en el proceso de la aducción y no estaba dispuesta a entrar en ese camino sin retorno.

Alejada de Warhol, la Factory y de Vogue -todo la utilizaron como icono y todos la dejaron ir y sumergirse más aún en el mundo de la droga-, Eddie seguía con la idea de trabajar como actriz en películas comerciales. Estaba harta de oír que su presencia deslumbraba, pero las oportunidades no llegaban. Y cuando lo hacían, no era capaz de adaptarse a la disciplina de un rodaje ni de aguantar a la gente.

Finalmente, sucedió lo que tenía que suceder. Entre las velas, el tabaco y el sonambulismo propio de los drogadictos, la habitación del Chelsea se incendió. El gato Smoke (Humo) del cual estaba encaprichada y que era hijo de un gato del mismo nombre de Bob Dylan, se convirtió en “humo”, y a Eddie la encontrar en el pasillo, semidesnuda y cubierta por una manta. Debió haberse dormido en pleno éxtasis. No sabían qué hacer con ella, hasta que apareció el productor de Cia Manhattan, Robert Margouleff.

Éste se la llevo a su casa u contrató a Bobby Andersen, un vago del East Village de Manhattan, para que la cuidara. A Bobby no le interesaban las mujeres, así que, en cuanto apreció Kit Carson, que decía haber escrito un guion y la quería como protagonista, se marchó con él.

En realidad, se la llevó a vivir al céntrico Hotal Warwick y estuvieron -según sus palabras- una semana entera haciendo el amor, hasta que descubrió que ella seguía drogándose a conciencia. Carson no estaba dispuesto a convivir con una drogadicta que le dejaba las agujas en el baño y en la que no se podía confiar. Trató de convencerla, pero era una causa perdida. Llamó a la Factory para que se hicieran cargo de ella, y no tardaron en ingresarla en un centro de Rehabilitación.

Tonteando con la muerte se mantuvo durante un tiempo, entrando y saliendo de hospitales y psiquiátricos, hasta que al final; incapaz de andar ni hablar, la trasladaron a casa con su padres. Cuando logró mantenerse en pie, se fue a vivir a la Isla Vista, en Santa Bárbara, y allí siguió con el speed y los barbitúricos; convencida que de esta manera lograría poner en orden su sistema nervioso.

Era como si, en realidad, los hospitales fueran la segunda casa de Eddie. Los probó todos en New York y California. Pero siempre salía y buscaba otra forma de acabar con su soledad. Así, paso una temporada viviendo con unos moteros de Los Ángeles, y acudiendo a sus concentraciones. En esa época, cambió su look de niña buena, aw dejó el cabello largo y moreno y se operó los pechos al “estilo California”, que se llevaba para reventar as chaquetas de cuero con los senos.

Por esa época, la llamaron para acabar el rodaje de Ciao Manhattan! Y recobró un poco los ánimos. Volvía a ser el centro, esa mujer que todos querían imitar y de quien todo el mundo quería conocer la vida. Pero el rodaje carecía de sentido. Cuatro años después de hacer comenzado la película, Eddie era otra persona. Había empeorado, y decidieron en una actriz drogadicta venida a menos, que recuerda sus días de gloria metida en una piscina vacía en California. Las secuencias en New York, filmadas en blanco y negro, serían flash-backs y las nuevas escenas rodarían a color. Algo que se parecía bastante a la realidad, pero que ocultaba la verdadera biografía.

Hacia el final del rodaje, ninguno de los participantes estaba dispuesto a aguantar más los caprichos de Eddie. Cuando terminaron la película, se fue a Malibú con el director francés Roger Vadim, que había actuado en Ciao Manhattan! Éste la prometió convertirla en la próxima Jane Fonda o Brigitte Bardot, sus anteriores esposas, y a quienes había encumbrado. Pero Eddie se puso enferma, su cuerpo daba las ultimas bocanadas y tuvo que volver al hospital y pasar por el autentica tratamiento de shock.

Michael Post se hizo cargo de ella. Era un bien amigo que había conocido en 1969 en la sección psiquiátrica del Cottage Hospital por un asunto de drogas y que había acudido a rescatarla más de una vez, aunque nunca habían mantenido relaciones sexuales. Al final, se casaron el 24 de julio de 1971, y Eddie fue feliz con la boda. Desgraciadamente, poco duró esta felicidad. Cuatro meses más tarde, su marido se la encontró muerta en la cama al despertar por la mañana.

Era la noche del 15 de noviembre. Sedgwick había acudido a un desfile de moda en el Santa Barbara Museum y a la fiesta posterior, donde tuvo una pelea con un asistente bebido a que calificó de heroinómana. Edie llamó por teléfono a su esposo para contarle lo ocurrido y él fue a recogerla y se la llevo a su apartamento.

Una vez allí, los de se durmieron. Al amanecer, Eddie estaba muerta. La muerte fue calificada por el juez instructor como “indeterminada/accidente/suicidio” y se estimó la hora del fallecimiento en torno a las 9:20 de la mañana a causa de una intoxicación por barbitúricos.
Película The Factory Girl con Sienna Miller y Guy Pierce

“Bobby (Bob Dylan) llamó desde California para decirme que Edie Sedgwick había muerto… Bobby parecía sinceramente afligido por su prematura muerte. Me dijo que le compusiera un poema, le prometí hacerlo”
                                               Patti Smith, Just Kids, 2010.

De: M Barrientos @LidRogue 

Fuente: Bibliográfica: Musas modernas. Carmen Domingo. Editorial Oceano Ambar. Año 2011.

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