Diana Vreeland, y de las jefas editoriales
Fotografiada por Dalh-Wolfe |
The Woman
Diana
Vreeland, y de las jefas editoriales
Una
personalidad única en su década, que el mecenazgo sabrá apreciar verdaderamente
“El diablo viste a la moda” creó una imagen un tanto
tiránica para nuestra generación, de las mujeres que lideran las publicaciones
de moda y estilos de vida. Porque seguro, cuando te diga: ella fue editora de moda y jefa editorial, pensarás: “Aff, una dictadora en su trabajo”. Bueno, la verdad es que tampoco te contaremos
la historia de una mujer sencilla, por lo tanto, en ciertas ocasiones tacharás
de absurdas ciertas decisiones que tomó en su vida. Pero, ¡por supuesto! No por
nada llegó hasta donde llegó: Harper’s Bazaar y Vogue.
Ta hablamos una mujer que dio los rasgos característicos
de la personalidad que debe ocupar el puesto de Editora de Moda en cualquier
revista de esta índole. Es Diana
Vreeland, la primera en darle a este cargo una identidad singular, y que
por lo tanto definió el trabajo que hoy en día se sigue en estas publicaciones.
Un puesto que hasta entonces era ocupado por chicas de sociedad que vestían a
otras chicas de sociedad. Convirtiendo a las revista en un espectáculo en lugar
de una guía de consejos.
El mecenazgo y las revistas de moda vieron por
primera vez su potencial juntos. Ella los encaminó y les dio carácter a los
editoriales de moda. El recato y la economía no eran factores de importancia
para las producciones de esta mujer, que le brindaron un nuevo rostro a las
revistas de moda, que en aquella época, fueron muy aplaudidas y que hoy en día
siguen el mismo patrón, para ofrecer opiniones un tanto transgresoras y mediáticas
a la hora de vestir.
Fue editora de moda de Harper’s Bazaar entre 1937 y 1962 y directora de Vogue de 1963 a 1971. Pero esto no nos
da una idea de su trascendencia. Original y fantasiosa, ella sentó las bases de
un cargo que hoy suscita respeto por su capacidad de influencia y poder, pero que
nadie ejercer como ella. Pero ese es el problema con esta mujer, porque tratar de
desentrañar el misterio de su vida es como un cubo de colores Alfred Hickethier.
Ni si quiera lo han logrado antes los incontables perfiles y biografías
publicadas sobre ella. Pero, ¡es que ni siquiera la suya, de su propia autoría!
“Uno solo
puede pensar en siete u ocho mujeres realmente originales. En América hemos
tenido muy pocas. Emily Dickinson fue una. Pero Mrs.Vreeland es una mujer
extraordinariamente original. Ha contribuido más que nadie al gusto de las
mujeres americanas en la forma en que visten, se mueven y piensan. Es un genio.
Pero la clase de genio que muy poca gente reconocerá”, aseguraba Truman
Capote de forma poco profética.
De la personalidad
Nació en París, Francia, en la avenida de Bois-de-Boulogne -antes de la I
Guerra Mundial, conocida como Avenue Foch-; el 29 de julio de 1903, con el
nombre de Diana Dalziel. Sus padres
eran la socialite americana Emily Key Hoffman y el británico
corredor de bolsa, Frederick Young
Dalziel. Su madre era descendiente del hermano de George Washington como su
primo Francis Scott Kay. También era prima lejana del escritor y socialite Pauline de Rothschild.
Su infancia estuvo cargada del desprecio que su madre
repetidas veces le expresó. Nunca tuvieron una buena relación. “No nos caíamos muy bien. Ella era muy guapa.
Un día me dijo: ‘Es una pena que tengas una hermana tan guapa y que tú seas tan
extremadamente fea’”, escribió para el libro de la periodista Judith Thurman, The eye has to travel (Abrams). Lo que le acarreó un fuerte
complejo para el resto de su vida, por su peculiar rostro. Pero, lo que podría
haber supuesto un obstáculo en su personalidad, finalmente se convirtió en su
mejor rasgo; que lejos de minar su confianza, la empujó a forjar un carácter
único e irrepetible.
Con el estallido de la I Guerra Mundial, la familia
de Diana se trasladó a vivir a Nueva York donde la pequeña empezó a estudiar
danza y a disfrutar de una vida disipada. Unos 10 años después de su llegada a
los Estados Unidos, cuando Diana acababa de traspasar la veintena, se casaba
con un banquero, Thomas Reed Vreeland,
con el que tuvo dos hijos y una relación que duraría hasta la muerte de él. Llevaron
la clase de existencia, entre Europa y EE UU, que retrató Scott Fitzgerald.
Tuvieron una larga luna de miel viajando por toda Europa.
En un principio intercalaban sus vidas entre Nueva
York, París y Londres, en donde la nueva señora Vreeland dedicaba su tiempo a
la danza hasta que abrió un negocio de lencería, la cual se hizo de clientas
tan exclusivas como Wallis Simpson.
En aquellos años, Diana empezó a conocer los embrollos del mundo de la moda y a
conocer a nombres clave del sector como a la todopoderosa Coco Chanel con la que coincidió en sus constantes viajes a París.
Con 30 años y 2 hijos, volvió a NY. Los Vreeland no
eran ricos, pero habían mantenido un ritmo de vida palpitante en Londres, donde
se beneficiaban de un dólar fuerte y de los descuentos que Chanel hacía a Diana,
cuando viajaba a París. Es decir, hicieron buenas finanzas. Así que cuando
llegaron al corazón del comercio de Estados Unidos, los señores esposos
mantuvieron el mismo estilo de vida bastante lujoso y asistiendo grandes
fiestas.
La nieve en Bazaar
Entonces, fue a finales de la década de 1930 cuando Carmel Snow atisbó un fenómeno en la
pista de baile del Hotel St. Regis. En una de las muchas fiestas a las que
acudía Diana, ella estaba bailando en el centro con un rompedor outfit y las mejillas encendidas en
maquillaje rojo. Su estilo personal llamó la atención de la
editora de la revista de moda Harper’s
Bazaar. Carmel instó a Diana a trabajar con ella como editora de moda de la revista. La primera aportación de Vreeland a
la publicación fue una hilarante columna desde la que dictaba divertidas
propuestas unas veces, y lanzaba atrevidos retos las otras. La columna se llamó
Why don’t you?, una interrogación que
se convirtió en una fantástica forma de zarandear remilgos sociales anclados en
la tradición.
Esta columna era un reflejo de la mente anárquica e
inventiva de Vreeland. Algo que, no sólo se notaba en su aspecto, si no también
en su forma de hablar. Christopher Hemphill calificaba su discurso de rococó: “Su voz casi te permite ver las cursivas
cuando habla, pero su elección de vocablos es todavía más atractiva”. “Como un poeta, da la impresión de inventarse
su propia sintaxis”, escribió Jonathan Lieberson. “La fuente de esa poesía era un exagerado horror a lo prosaico, seña de
identidad de una sacerdotisa de la moda”, asegura Judith Thurman.
Y mientras algunos la calificaban de excesiva en sus
demandas para trabajar, otros las defendieron, como el fotógrafo Richard Avedon, quien la describía de
forma más compleja: “Lo que presentaba no
era lo que era. Prefería ser percibida como frívola. Trabajaba como un perro,
pero no quería que se supiera. Vivió para la imaginación, regida por la
disciplina, y creó una profesión nueva. Vreeland inventó la editora de moda.
Antes eran señoras de sociedad que les ponían sombreros a otras como ellas”.
Los 25 años que estuvo en el cargo le permitieron
formar las directrices para un cargo que, hasta entonces, había sido realizado
por chicas de sociedad que vestían otras chicas iguales a ellas. En cambio, Vreeland
inventó desde cero una nueva profesión, insuflando creatividad con su ojo
especialmente dotado para descubrir el talento.
Vreeland y Avedon |
Forman parte de la leyenda de Diana Vreeland sus
costosas producciones. No había cabida para la mediocridad. Las sesiones en las
que intervenía Diana brillaban con luz nueva, con un poder mágico. Richard Avedon fue llamado a trabajar
con Vreeland por mediación de Carmel Snow. El fotógrafo se batió en retirada
tras el primer encontronazo con Diana, pero el empeño de Snow hizo que repitieran. El
tándem “directora creativa - fotógrafo” terminó siendo un sólido binomio de
creatividad sin precedentes.
El período en el que Diana trabajó para Harper’s
Bazaar coincidió también con un momento personal de lo más intenso. Reed tuvo
que abandonar Nueva York e instalarse en Canadá; la Segunda Guerra Mundial
impuso una mudanza forzosa. Diana se quedó en NY manteniendo su cargo de
editora de moda al frente de la publicación
Vreeland junto a Andy Warhol. |
¡Adiós Harper!
Sin embargo, a pesar de su éxito y de haberse
convertido en asesora de moda de personajes tan destacados como Jackeline Kennedy, cuando se buscó
sustituta para Carmel Show, su nombre no apareció como candidata. Así empezó su
desencuentro con la revista a la que había dotado de una identidad única de la
mano de Avedon o Man Ray. Y sin dudarlo un segundo,
Diana empezó a trabajar como directora de otra gran cabecera del mundo de la
moda. Sam Newhouse había adquirido
recientemente la editorial Condé Nast,
le faltaba una directora para Vogue,
y la contrató.
En 1963, Vreeland deja Harper’s Bazaar para dirigir Vogue.
Esta era un publicación que hasta entonces carecía de importancia, pero Diana
le dio el prestigio y el empuje que necesitaba para convertirse en uno de los
principales referentes del sector. Supo incorporar los cambios de los años 60’s.
Mick Jagger, Anjelica Huston, Twiggy
o Verushka encarnaron su alegato
por la belleza de lo diferente. Adoraba y veneraba cada pequeña muestra de
irreverencia, cada bocanada de aire fresco. Su trabajo viró en un producto
mucho más exquisito, y también más costoso.
“Se convirtió
en el arquetipo y estereotipo de una editora de moda”, escribe el diseñador
Marc Jacobs en el prólogo de Allure.
“Nadie ha sido como ella. Ha habido
personalidades fuertes, pero no ha habido otra Diana Vreeland. Anna Wintour es
igual de poderosa, si no más poderosa. Pero es diferente. El espíritu de
descubrimiento y la celebración de lo singular y nuevo es lo que hace a una
gran editora. Mrs. Vreeland fue pionera en esa clase de acercamiento”.
Con la llegada de los años 70’s, debido a los gastos
-tan extraordinarios como su imaginación- y a una nueva consumidora, Vogue
despidió a Vreeland. Entonces fue remplazada por su asistente, Grace Mirabella, quien pintó de beige
su oficina roja.
Pero si por algo fue importante el período que
abarcó su estancia en Vogue, fue por haberla golpeado profundamente con la
muerte de Reed -su esposo-. La carismática editora vio menguar su pasión y su
arrojo.
Reinventándose
Una vez más, Diana no se amedrentó y reconvirtió su
carrera como consultora del Costume Institute del Museo Metropolitano de Nueva
York, puesto en el que permaneció hasta poco antes de su muerte. Aquí, fue su
abogado, Peter Tufo, quien intercedió por ella ante Ashton Hawkins, el
consejero del Museo.
Entre los años 1971 y 1989, durante los cuales trabajó
para este museo, Diana organizó exposiciones que atrajeron un número insólito
de visitantes.
Diana Vreeland falleció rodeada de sus familiares y
amigos más íntimos el 2 de agosto de 1989.
“No aprendes
moda. Tienes que llevarla en la sangre. Yo nunca veo otra cosa que un
perfectamente maravilloso mundo de moda a mi alrededor”, dijo en The New
York Times en 1984. Aunque ninguna de sus citas como esta: “Un vestido nuevo no te conduce a ninguna
parte. Lo que importa es la vida que llevas con ese vestido”.
Documental: The eye has to travel.
Si quieres conocer más sobre sus trabajos, visita su página oficial donde se pueden visualizar su más notorios trabajos y personalidades:
De MB
@LidRogue
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